lunes, 31 de diciembre de 2007

Adiós 2007

No tengo duda de que este año fue un año de aprendizaje para mí. Y un año de aprendizaje en una diversidad de aspectos. Aprendí, por ejemplo, que no hay nada más grande que el valor de la amistad, que tener "amigos" significa, en verdad, algo muy preciado, quizá el regalo más importante que existe en la vida. Abrir tu corazón a alguien y permitirles ver los pliegues de nuestro ser y sentir que ellos nos corresponden es en verdad toda una aventura del alma. Eso, en realidad, es algo tan bello como aleccionador.

Aprendí, también, a ser responsable y perseverante. A saber que si uno quiere lograr algo, aun cuando esto sea 'difícil', depende en realidad de uno mismo, de las ganas, la energia y el optimismo para conseguirlo. Aun cuando no haya nadie que te dé la mano, la mano puede estar escondido por las "trampas de la razón" o "la sequedad del corazón. Es decir, siempre hay una mano ahí. Y sí, no tan alejado de ti.

Que las cosas malas que pasan, y que solemos maldecirlas y lamentarlas, pasan siempre por algo -parece un cliché, ¿no?-, y que el recuerdo triste o desesperado de ese "algo", en el momento menos indicado, se abrirá como una flor amarilla para mostrarnos la "picante verdad" de la luz. Y que, antes o después, con la dignidad de ser "humanos", nos servirá para saber lanzarte en la piscina de la vida y bucear con pasión para tener el valor de hacer unas cosas y la elegante mesura de no hacer otras. Cosas que, estoy seguro, nos dan esos dardos de luz que iluminarán nuestro ser. Un ser que sin 'la luz' no es realmente un ser.


Que, por ejemplo, en la literatura -mi gran pasión-, como en la vida, nada está dicho y que vivir una vida, por más mísera que parezca es, en cierta forma, como escribir una apasionante novela y ser parte de él. Porque leer un libro -es decir navegar en la más apasionante y exótica vida-, conocer unos personajes, habitar unos escenarios, presenciar unas acciones y, estoy seguro, emborracharte con intensas pasiones, nos enseñan y nos ofrecen una visión más luminosa, rica y aleccionadora de lo que es o puede ser -si tú lo quieres así- la vida, tu vida. Y que para un escritor -un artista; no olvides que tú también lo eres- vivir es también una maravillosa e irrepetible manera de aprender a enfrentarse a esa feroz pero apasionante "hechizo de vida" que es crear personajes, inventar situaciones, disponer actitudes y zambullirte en pasiones, disfrutar con sus goces y creer que de alguna forma, vivir, como leer o escribir, es un colorido plato de acuarelas que necesitamos para hacer de nosotros, de nuestras vidas, esa deseada pintura que anhelamos ser en lo más profundo de nuestros corazones. Así, en cierta manera, vivir y soñar, terminan siendo dos magníficas formas distintas pero complementarias de aprender a ser verdaderos "seres humanos", es decir ese curioso y particular ser que alguna vez Dios soñó de nosotros.


A ustedes, aun cuando no los conozca, mi gratitud por ayudarme a ser lo que ahora soy. Porque, en sus seres, puede anidar la mágica semilla que alguna vez inspiró a genios, magos, príncipes de las letras, como un Proust o un Camus, a crear esos personajes que he amado y amaré toda la vida, porque gracias a ellos, a su arte, me ayudaron a vivir una vida que de otra manera no hubiese soportado.

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