jueves, 28 de febrero de 2008

Albert Camus, el moralista príncipe de la literatura francesa

Entre todos los escritores franceses que conozco, Albert Camus es a quien más amo. Nacido en un miserable barrio del norte de Argelia, Camus vivió desde muy niño con la dificil conciencia de verse pobre, huérfano de padre, hijo de madre analfabeta y colono argelino en medio del imperio francés; pero con la admirable condición de poseer una gran sensibilidad, una alta inteligencia, y una efervescente inquietud por comprender el mundo y, más tarde, la ansiada sed por ser un escritor.
Ni la repentina tuberculosis que lo afectaría a los 17 años, ni el movedizo territorio de ser un auténtico pied-noir en la Argelia dominada -y explotada- por Francia, amargaron su vida y, menos aún, bloquearon su aguda sensibilidad, su penetrante inteligencia y su sed de una justicia autenticamente pura; sino que por lo contrario, lo llevaron a indagar en lo mas profundo de sí y de la sociedad de su tiempo, para conocer y comprender en carne propia "lo que era realmente el mundo".
Necesitado de ser partícipe de las luchas de su tiempo, Camus viajó a Francia y pasó a ser parte, casi de inmediato, de la élite de pensadores, intelectuales y periodistas más importante del Paris de aquellos años.
Sin embargo, su trabajo como periodista no le sería suficiente para hacer frente a los reclamos de una conciencia crítica y, más aún, de un espíritu obsesionado por la justicia.
Así, en medio de la crisis social más devastadora de la historia europea -la Segunda Guerra mundial-, publica, en 1942, uno de los libros más importantes de su producción y que lo catapultaría inmediatamente a la fama: "El extranjero",
pequeña obra maestra donde Camus mos da una visión pesimista, nihilista y absurda de la vida, muy en consonancia con el cataclismo moral por la que pasaba Europa en esos dolorosos años.
La novela, donde un hombre -Meursault- es condenado a muerte por no llorar en el funeral de su madre, muestra -como solo los genios lo pueden hacer- el vacío moral, el desencantamiento existencial, la decadencia de los viejos valores y la incapacidad de crear y asumir otros, así como la inquietante conclusión de que la vida era un absurdo.
No pasarían muchos meses para que saliera otra de las obras claves de Camus, "El mito de Sísifo", penetrante ensayo suyo donde nos ofrece la noción teórica de "El extranjero -el absurdo existencial-, con un inicio magistral: "No hay sino un problema filosófoco realmente serio: el suicidio. Saber si la vida vale o no la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión esencial de la filosofía"
Si bien Camus pone a prueba el sentido de la vida y de vivir, y termina comparando la vida -el absurdo de la vida- con el célebre mito de Sísifo -un hombre condenado por los dioses a subir eternamente una piedra hasta la cima de una montaña para, luego caer, volver a subirla-, deja magistralmente una luz, un sentido en "esa vida sin sentido". El hombre, como Sísifo, -explicará- tiene "la triste tarea" de vivir una vida sin un sentido verdadero, que le dé motivos de vivir y sonreír.
Pero Camus, amante de la vida después de todo, se resistirá a aceptar un designio tan desolador como trágico, encontrando casi un artificio para poder salir: si bien el acto eterno de subir una roca es absurdo y agotador, el hombre encontrará esa tranquilidad, descanso y aliento -y tal vez un sentido- en ese brevísimo momento en que la roca cae y el hombre lentamente puede tomar aire y fuerzas mientras baja para volver a subir. "Es verdad -sentenciará Camus-, la vida es absurda, pero hay que imaginar a un Sísifo feliz".

Esta visión "absurda" de la vida, sin embargo, no terminaría ahí. Tres años más tarde, en 1945, luego de la célebre publicación y estreno de su obra de teatro "El malentendido" -estrenada por la mítica actriz Maria Casares-, Camus terminaría esta trilogía del absurdo con la que sería quizá la pieza dramática cumbre del existencialismo francés: "Calígula".

En ella, el absurdo existencial y la conciencia de "un mundo donde todos los hombres mueren sin ser felices", Camus nos plantea que "lo que creiamos absurdo, también es absurdo". Las conclusiones que saca al final Calígula, emperador cruel atizado por las eternas posibilidades de la locura -o de la genialidadad- terminan por hacerle ver que la idea de que la vida no tiene sentido, es tan absurda como querer llevar las consecuencias de ella hasta las últimas consecuencias. "Pensar que hace un momento me burlaba del miedo de los otros, y ahora puedo sentir el miedo en mi piel", es la "sensación" certera de alguien que reflexiona antes de morir en manos de la conspiración.

Pero Caligula no solo es una reflexion del absurdo, también es una curiosa reflexión sobre el amor, la belleza, la mujer y los placeres del mundo. "Éste monstruo del pensamiento" no cree en el amor, o al menos ya no, después de la muerte de su hermana y amante Drusila. "He comprendido que el amor debe terminar porque nos hace infelices", es la frase que finiquita esta idea.
Para Caligula, la belleza, como el placer, deben perdurar en el tiempo y en su vida. Por eso comete todo tipo de actos "despreciables" para lograrlos. El quiere estar rodeado de placer, gracia, belleza y la mujer joven y bella es sinónimo de ello. Por eso no nos extraña que en un momento de la obra, Caligula reflexione para sí, diciendo que es "preferible tener una Drusila muerta que una Drusila vieja"...